Desde hace tres años la Fundación Sin Límites intenta por medio del deporte, la recreación y las actividades artísticas, habilitar y rehabilitar a estos niños y jóvenes con discapacidad intelectual, para que se den cuenta que estar en sus casas, sobreprotegidos por sus padres y alejados de la sociedad no es el único camino.
“El primer limitante de ellos son los papás. Que pobrecitos, que con cuidado, que no es cosa para ellos, que no se puede. Piden inclusión, pero ven a sus hijos como impedidos. Piden inclusión, pero a la primera oportunidad de que sus hijos participen en la sociedad como personas normales, sienten miedo y dicen que no. Y así no se puede”, asegura el coordinador de la Fundación, Luis Fernando Cuéllar.
Por eso, él y su equipo no solo quieren cambiar el “chip” de los chicos sino el de sus padres, que aun viendo de lo que son capaces sus hijos siguen pensando que la sociedad no está preparada para ellos.
-¿Y sí lo está?, le preguntan a menudo a la trabajadora social de la Fundación, Jessica Molina Barrera.
-Nosotros tenemos que hacer que lo esté. Dejemos de creer que la inclusión es crear escuelas especiales para ellos o actividades solo para ellos. No, incluirlos es mezclarlos con los demás, mostrarles que si bien son diferentes, tienen las mismas capacidades. Hay que tener paciencia, es verdad, el proceso es un poco más lento, es cierto, pero y ¿qué? No es imposible. Ellos tienen derechos y hay que luchar por ellos.
Y es verdad, el proceso es lento. Aunque la Ley 1618 de 2013 obliga a las instituciones educativas públicas y privadas a adaptar sus currículos y en general todas las prácticas didácticas, metodológicas y pedagógicas que desarrollen, para incluir efectivamente a las personas con discapacidad, la realidad es otra.
Por ejemplo, de los 25 niños y jóvenes que asisten al Parque Recrear de martes a jueves, solo tres están estudiando. Los demás fueron rechazados por los colegios, no tienen dinero para pagar la pensión en una institución privada que sí los acepte, o en su familia pensaron que era mejor no hacerlo por temor a la discriminación.
Justamente es ese el miedo que la Fundación quiere dejar sin fundamento. Y para eso necesitan, no solo que las familias empiecen a creer y luchar por lo que les corresponde a los niños y jóvenes en esa condición, sino que todas las personas crean, apoyen y se vinculen a estos proyectos para que niñas y niños como Sharon y Leyla logren muchos oros, platas y bronces en su vida.
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